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AUDICIONES

El fragmento musical que se oye en el blog, siempre interpretado por el Tölzer Knabenchor y sus solistas, irá cambiando cada cierto tiempo. En los comentarios podéis hacer vuestras propias peticiones.



viernes, 22 de diciembre de 2017

El niño que hizo llorar a Harnoncourt.

Bach: Recitativo para alto de la Cantata BWV 161. Harnoncourt.
Sólo faltaban diez minutos para el concierto. No, claro que no estaba nervioso: Bach leG salía natural. Esbozó una sonrisa ante el recuerdo de aquel ensayo en que Schmidt-Gaden le preguntara qué cantatas del genio de Eisenach había aprendido. "¡Todas!" –exclamó. Una pequeña exageración, pero… ¿Qué importaba? Cuando recibía las partituras y las cintas magnetofónicas, su único deseo era adentrarse en esas obras tan grandiosas. ¡Oh, el coro de la 178! ¡Y la 169! ¿Por qué no se la dejaron grabar? ¡Eswood, siempre Paul Eswood! ¡Pero si fueron compuestas para niños soprano y alto! Paul era su ídolo; adoraba la visión bachiana de aquel contratenor omnipresente en el ciclo de Teldec; sin embargo… ¿Por qué no les ofrecían más oportunidades a Christian y a él? Bueno, no iba a quejarse: gracias a su perseverancia ante Harnoncourt consiguió una pequeña victoria. Ambos chicos habían grabado ya algunos solos de contralto para Teldec, ¡y ahora intervendrían en la Pasión según san Juan! Allí, en la catedral de Graz, en la Styriarte; 300 años después del nacimiento del compositor a quien tanto debía. ¿Quién lo hubiera sospechado en 1980, cuando a su profesora de música del colegio se le ocurrió recomendarlo al coro de Tölz? "Tienes muy buena voz, Panito. ¡Sería una lástima que desperdiciaras ese talento!". ¿Él, buena voz? ¿Estaba loca? Pero la maestra ya había hablado con sus padres. Por tanto, a la edad de nueve años le cambiaría la vida: ensayos, estudio… Los primeros meses fueron tan duros… Por suerte vino Britten a salvarlo con el solo de alto de "A Ceremony of Carols" que nadie había preparado: fue su oportunidad. Desde entonces… ¡Cuántos viajes! Alemania, Francia, Italia, Polonia, Austria… Y los solos en óperas… "La Flauta Mágica", "Tosca", "Apolo y Jacinto", "Lohengrin", "Macbeth", "Carmen"… El repertorio moderno le costaba un poco, pero Bach y Haendel, ¡en absoluto! Incluso inventaba sus propios trinos y cadencias con los que sorprendía a Harnoncourt y a Schmidt-Gaden. ¡Hoy también lo haría! Pero, ¿cuánto tiempo le quedaba en el coro? Y después… ¿qué? ¿Todo para nada?
-¡Venga, chicos: salimos en cinco minutos, ¿estáis preparados? ¡Vamos, será perfecto! No tengo ninguna duda.
Era Harnoncourt. El concierto iba a ser grabado por la televisión; nada nuevo para él, en cualquier caso. "Apolo y Jacinto" fue una producción para la ZDF. ¡Oh, Alan, ese soprano genial que interpretó a Melia con sólo 11 años! La misma edad que Mozart al componer la ópera. Él, Panito, hizo de Céfiro. Alan dejó el coro antes de que le mudara la voz y grabó algunos discos por su cuenta. Quería ser director de orquesta… Mentalmente le deseó mucha fortuna.
¡Ya, ya llegaba el momento! Mientras salían, Panito sonrió pensando en Barbara: ¡la única chica de los Tölzer! La hija de Schmidt-Gaden que, sin quererlo inicialmente, acabó entre ellos como uno más: ¡caprichos del Destino!

Cantando, Panito se sentía en su salsa. ¡Qué coros, cuánta belleza! El inicial lo cautivaba, y los de las turbas… ¡Qué maestría del contrapunto! Su amigo Immler estuvo espléndido en el aria de alto "von den Stricken", y Helmut en "Ich folge dir gleichfalls". A él le tocaba el solo casi al final, cuando Jesús va a morir en la cruz y exclama: "Todo está concluido". Una punzada de dolor le atravesó el pecho, pues prácticamente acababa de perder a su padre. Hubiera querido que estuviese allí aquel día; ¿por qué a algunos les está vedado el disfrute de una vida extensa? Tuvo que esforzarse para reprimir el llanto: ¿cómo iba a cantar con un nudo en la garganta y el corazón encogido? Suspiró hondo.

¡El aria! Ya la anunciaba el Evangelista; ya exclamaba Jesús las últimas palabras: "Es ist vollbracht". Panito comenzó. Adoraba aquella parte tranquila, llena de dolor y paz a un tiempo, que le permitía ornamentar libremente. En contraste el ternario inesperado, rápido y de coloratura, para regresar al motivo inicial con la exclamación que pronunciaba dos veces: "Todo está concluido". En la penúltima se quedaba solo, como pidiendo silencio al mundo entero para que presenciara su último aliento. Imprimió en esas tres palabras, en esa escala descendente su ser al completo, plasmando una emoción desmedida en cada sílaba mientras vislumbraba la desesperación del personaje.
Al finalizar se dio cuenta de que el silencio de la catedral podía oírse, y duró unos segundos: nadie movía un músculo, nadie respiraba…
-¡Panito, has hecho llorar a Harnoncourt! Y a mí también, claro –exclamaría Schmidt-Gaden unos minutos más tarde, abrazándolo. El maestro lo felicitó igualmente, y sus compañeros, y todos los músicos del Concentus, y gente del público… Él, aturdido después de tantas emociones, luchaba contra un pensamiento que se debatía por eclipsar toda la gloria de aquellos felices instantes: "¿será ésta la última obra grande que interprete? ¿Y después, qué?"
Bach: Cantata BWV 178. Harnoncourt.
Agnus Dei de la Misa en Si Menor.